Vivimos en un mundo de miedo

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En la actualidad, el mundo en el que vivimos nos condiciona a vivir con miedo.

Cuando salimos a cumplir con nuestras actividades diarias, tenemos miedo de que nos roben, nos atropellen o nos maten.

Todos alguna vez hemos sentido miedo por no ser lo suficientemente lindos, y perder la posibilidad de gustarle a los demás.

Tememos perder nuestro trabajo por no ser lo suficientemente jóvenes.

El mundo nos amenaza con conflictos bélicos, gobiernos dictatoriales, economías en bancarrota, enfermedades nuevas que aún no sabemos cómo podrán curarse.

Ver los programas de noticias o leer los portales informativos puede ser un baño de angustia, de injusticia, de violencia.

El cambio climático nos amenaza con inundaciones, sequías, incendios devastadores, hambrunas y deshielos catastróficos, que si no nos afectan a nosotros seguramente afectarán a nuestros hijos… o eventualmente a nuestros nietos.

Disfrutamos de nuestras computadoras y nuestros celulares, que nos facilitan estar en contacto con todos, en cualquier parte. Pero aparece la inteligencia artificial y comenzamos a temer que nos pueda superar y reemplazar en nuestras tareas diarias.

La última pandemia de COVID-19 transformó al “otro” en un enemigo mortal, que podía transmitirnos la enfermedad y llevarnos a la muerte.

Y a muchas personas, especialmente a las de edad avanzada, aún les resulta difícil disfrutar de un espectáculo público, por temor al contagio.

Con un presente muy difícil, y un futuro aún más oscuro e incierto, vivimos padeciendo un estrés crónico, que no sólo deteriora nuestro cuerpo sino también nuestro comportamiento emocional.

Vivir en un mundo que nos atemoriza daña nuestro sistema inmunológico, aumentando la inflamación y el riesgo de depresión y enfermedades físicas.

Del miedo a la esperanza

El estrés crónico bloquea nuestra capacidad de pensar creativamente, para descubrir soluciones a nuestros problemas.

El miedo nos paraliza y, en muchos aspectos, también nos insensibiliza.

Por eso es importante que seamos concientes de que, para salir del miedo, debemos comenzar a actuar de manera positiva.

Si nos dedicamos a rumiar en silencio nuestros miedos, nos sumergimos en un círculo vicioso de sufrimiento permanente.

La realidad puede resultarnos dolorosa, pero debemos ser capaces de recuperar la esperanza y alcanzar un estado de equilibrio que nos permita desarrollar estrategias creativas para vivir mejor.

Cuando la incertidumbre nos invada, no permitamos que la desesperanza nos quite las ganas de luchar y superar las dificultades de la vida.

Desarrollar hábitos de felicidad

Reconozcamos los patrones de pensamiento negativo y comencemos a desarrollar hábitos de felicidad:

  • compartir momentos placenteros con amigos;

  • realizar caminatas observando la naturaleza, ya sea en soledad o acompañados por un ser querido;

  • practicar alguna disciplina que nos permita reencontrarnos con nuestro yo interno verdadero, como puede ser la meditación o el yoga;

  • dedicar algunos días de la semana a prácticas deportivas que eleven la producción de endorfinas, sustancias que elabora nuestro cuerpo para aliviar el dolor y aumentar la sensación de bienestar;

  • practicar alguna actividad recreativa que permita que nuestra creatividad aumente, como la pintura, la poesía, la danza libre o algún hobby que nos resulte interesante.

Combinando la conciencia con la acción positiva, alcanzaremos una visión del mundo y de los desafíos que nos propone que, sin duda, será diferente de la que nos ofrecen los medios de comunicación.

Lograremos cambiar el mundo de miedo en que vivimos, por un mundo más amigable y menos estresante para nosotros.

Y seguramente ganaremos en salud física, mental y espiritual.

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