El ambiente, todo y de todos

¿Medio ambiente..., o mejor uno entero?

La Constitución Nacional reformada en 1994 incorpora en el capítulo de Nuevos Derechos y Garantías, en el artículo 41, el derecho a un ambiente sano. Ese derecho incluye el desarrollo, las actividades productivas, pero con un límite y es que éste desarrollo no comprometa a su vez el desarrollo y bienestar de las generaciones futuras. Esta consagración constitucional que nos da las herramientas para una defensa más contundente del ambiente, a la vez que promueve su protección y genera conciencia, tambien incluye en el mismo artículo un deber, para todos, que debemos asumir como sagrado: el deber de preservar el ambiente.

El ambiente es eso que algunos denominan “medioambiente”, pero no es medio, es entero, es todo. Hay muchas definiciones, se puede considerar que en realidad ninguna es completa, que ninguna satisface la exigencia de incluir todos los elementos o relaciones que conforman lo que llamamos ambiente, la constitución habla de “patrimonio natural y cultural”, pero parece que faltan elementos o que es demasiado amplia. La palabra “patrimonio” indica posesión y no es la acepción más adecuada para hablar del ambiente o la naturaleza y la palabra “cultural” es un corolario de la civilización y es el accionar de esa civilización el que ha disminuído alarmantemente o destruído naturaleza.

En la declaración de Río de 1992, sobre Ambiente y Desarrollo, en el principio 1 se habla de derecho al desarrollo pero “en armonía con la naturaleza”, ésta idea de armonía unida a la de naturaleza aparece como más adecuada a la hora de hablar de ambiente. Diez años antes en 1982 en el contexto de la Asamblea General de ONU se redacta la Carta Mundial de la Naturaleza en la que firme y comprehensivamente se incluye al ser humano como parte de esa naturaleza, se reconoce el valor intrínseco de toda forma de vida con el consiguiente respeto que ese valor conlleva y nos impone a los seres humanos la justa carga de obrar moralmente y cuidar la vida y sus sustentos, porque somos nosotros los que hemos desarrollado los medios para transformarla y agotarla.

Estos últimos conceptos, en donde se expresa que el ser humano es uno más pero con toda la responsabilidad porque es el único que puede causar daños irreparables o de gran magnitud por su actividad no natural, son los que expresan el sentido real de lo que podría ser una definición de ambiente ilustrando lo contemplado en el principio 1 de Río escuetamente expresado como “en armonía con la naturaleza”.

El hombre..., ¿es el centro?

Casi todos los instrumentos locales, nacionales, regionales o internacionales que se ocupan de los temas de ambiente, desarrollo sustentable, flora y fauna, ecología en general, son antropocentristas, o sea que el hombre es el centro de las preocupaciones y a su bienestar y desarrollo se debe propender. El principio ya mencionado de Río ’92 directamente lo dice: “Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible.”. La consecuencia directa es que el resto de la vida, animales, insectos y plantas y el resto de la naturaleza, los mares, los lagos, los ríos, los glaciares, las montañas, la atmósfera, los bosques, terminan como componentes secundarios y en general considerados como meros instrumentos o recursos para ser usados y hasta agotados por el ser humano para su exclusivo beneficio.

El hombre, quien escribe esos instrumentos y hace las leyes, es quien se considera a sí mismo, el centro. Es juez, parte, gobierna y dictamina y pone al resto de la Tierra en inferioridad de condiciones; porque sí, porque le parece. Es especista a favor de su especie y en detrimento de otras a las que reduce igual que un fanatico que niega el valor y la importancia de lo que no es igual a él, el antropocentrismo básicamente niega el valor de la diversidad de la vida. Pero la vida puede seguir, y sigue plácida y salvaje, sin un solo hombre sobre la tierra pero no sigue sin agua, sin aire, sin vegetación, sin insectos, sin animales porque cada uno es un eslabón perfectamente pensado en un equilibrio divino que el hombre se esfuerza continuamente por romper o alterar.

La constitución, las declaraciones internacionales, las leyes sobre ambiente, a pesar de sus fallas o de su visión antropocéntrica sesgada son avances, son verdaderas herramientas para trabajar en la prevención, el cuidado y la recomposición, si es posible, del ambiente. Son materia prima esencial para repensar lo que le hacemos a la naturaleza y, como parte de ella, a nosotros mismos.

El uso de éstas herramientas, su profundización y mejoramiento, viéndolo desde una perspectiva integradora, corriendo al hombre del centro, poniendo en igualdad de condiciones a todos los elementos de la naturaleza pero valorando y teniendo en cuenta las diferencias, son la base de la solución para los problemas que tenemos para mantener un ambiente sano, el desarrollo de una economía nueva, de tecnología y energía cada vez más limpias, de una nueva filosofía de “aprovechamiento” de lo que nos rodea sin dañar y sin que ello implique sacrificar calidad de vida, sino todo lo contrario.

El ambiente es todo, es la naturaleza, atraviesa las fronteras y murallas humanas, no sabe de política, no sabe de economía, ni tiene en cuenta la moda.

El ambiente es de todos, somos parte de él, es nuestro pero no lo poseemos y debemos asumirnos como ciento por ciento responsables de lo que hacemos o de lo que no hacemos porque en nuestro accionar tenemos entre manos el destino de la vida del planeta.

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